Cuanto amo a Rico.

Su mirada dulce es siempre la misma.

Sus parpados, pestañas y expresión facial en general.

Tan enigmática cómo la de una Mona Lisa.

 

Pero este camarada ladra. Y muerde.

Y es un comelón de zanahorias…pero, está bien.  Tiene vicios como yo.

Hablo tontería y media , o mas bien; tonterías completas a solas…

y él…tranquilo. Voltea y me ve con una dulce condescendencia.

 

Nos sentamos al pie del árbolito. Y el me cuida.

Y respiramos juntos el aire contaminado de Los Angeles al atardecer…

uuuuuhhhmmmm… que rico CO2…

y le halo, no hay escapatoria. Pero el tinto ayuda.

 

La brisa es linda. El viento fresco…el movimiento de las ramas…

una belleza…ma parecen las piernas de una bailarina de ballet…

sensuales. Y acaricio el tronco del árbolito imaginando el torso de la misma

bailarina. Tengo una mente sucia.

 

Y mientras cavílo acerca de todas esas cosas…Rico descansa su cabeza

sobre mi muslo y lo caricio.

Y está contento. Y yo también. Y no podría ser una

tarde mas hermosa.

 

Ernesto Onofre

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