Hace un momento que apagué la computadora, y

me di cuenta que aun existen el papel y la pluma.

El uno tiene la textura lisita de la piel de mis nenas.

Y el otro el aroma de la sangre azul de mi pluma fuente.

 

Recuerdo cuando ensalivaba aquellas cartas.

Para luego depositarlas en el buzón para mi amada.

Parecía que besaba los labios de Maria.

Y rogaba al cielo que llegasen pronto.

 

Y llegaban a su destino. Mi Dulcinea las leía.

Y notaba en mi letra cursíva, el temblar de mi emoción.

Y se emocionaba y me reciprocaba por escrito también.

Y yo bebía sus cartas como un sediento…oliendo el papel y el sobre.

 

E imaginaba sus manos en mis mejillas…y sus labios quemandome.

Y cada consonante y vocal que leía, eran música para mis ojos.

Partitura que ni Bach habría imaginado.

Pero que estoy seguro le habría encantado.

 

 

 

Ernesto Onofre

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