Mi tercer año de Primaria.
Septiembre. Leticia había nacido dos semanas antes del inicio escolar.
Vivíamos a la par de la calle. Sobre Leandro Valle.
Había una fábrica de hielo al frente. Y una tienda de abarrotes a media cuadra.
A medio kilómetro de distancia del muelle.
Al final de la calle, cuesta arriba, le vendían mandado a crédito a mi papá.
Guadalupe me mandó a traer pan y huevos para el desayuno.
Luego me llevó a la escuela.
El aire se sentía de lluvia que se aproximaba.
El viento era dulce como las múltiples plantas y árboles alrededor.
El cielo gris era un collage de colores. Siete veces los del arco iris.
Me llegué a la escuela. Me formé en línea con los otros niños.
El director era un buen tipo.
Nos puso música de Souza. Fue maravilloso.
Pasamos a los salones y comenzamos la clase.
Yo llevaba un canutero y tintero.
Lo más valioso que en mi vida he portado.
Me regresé a casa por mi sólo.
No se como lo hice.
Pero de ese día al último de mi estancia en Mazatlán,
supe cómo ir a cualquier sitio en el mapa de la ciudad.
Y sobreviví a no se cuantas oleadas.
Supongo que Dios me cuidó
Ernesto Onofre