Esta madrugada me estaba acordando de ti.

De tu eterna representación de sufrimiento en esas sucias paredes.

Donde los días domingo una nueva pareja acude ante ti a pedirte tu bendición.

Oh! para que el desfloramiento sea llevadero.

Para ser una pareja prolífica. Mínimo diez chamacos.

Y tener el dinero para mantenerlos.

Para rogarte el milagro de que el padre ya no agreda a la madre.

Y de que Margarito regrese del Norte sano y salvo.

Jesus, estaba pensando en tu sufrimiento.

Esas asquerosas alcayatas, la pus de tus manos, la herida

en el costado, la única que aún huele a ámbar.

Tu esbelto y joven cuerpo asfixiado por la postura en que te encuentras.

Tu barbilla al pecho haciéndote lucir en extremo, humillado.

Tus delicados pies y manos. Finos. Tu frente, noble y limpia.

Tu torso el de un halcón atrapado. Tu frente sangrando con esa

espantosa corona de espinas.

No valió la pena tu sacrificio. Ya te lo he dicho.

Seguimos igual de imbeciles.

Lo qué hay que hacer por ti es lo siguiente.

Bañarte a la orilla de un río.

Secarte muy bien. Ungirte con aromas de menta y membrillo

Y en una sábana con rosas y en un ataúd de pino, enterrarte

en el cerro más alto.

Para que a diario te acaricie el sol.

Por la noche la luna. Y estés más cerca de las estrellas para

platicar con ellas. Y más cerca de tu madre también.

Y para que la lluvia te mantenga fresco.

Eso es lo que deberíamos hacer.

Ernesto Onofre

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