Sucede a eso de las horas de la madrugada.

Voy caminando con el torso desnudo, en cortos y descalzo.

De la Avenida Tolsá a Prado. Por la calle de Vidrio.

Hay una obscuridad gris…pesada…hay un bombillo en la acera

por la banqueta de Rubén. Amigo de mi hermano Ricardo.

Dando una luz muy baja.

Siento frío. La calle luce totalmente vacía. No hay un solo auto

estacionado. Ni uno pasando. Voy atravesando la puerta de los Olais.

Luego, la privada donde vivía mi tía Irene y Luz María mi prima.

Y enseguida, la casa de Martha y Mario. Adjunto a la casa del hombre

que criaba gallos. Los que se comía el gato gigantesco de Martha.

Llego a la esquina de la tiendita frente a la imprenta.

La planta de refrescos y la tortillería de Doña Cuca.

El silencio es insoportable.

Camino hacia Niños Héroes. Paso por la casa de mi amigo

José Manuel que conozco desde la niñez.

Llego a Niños Héroes. No hay un solo auto estacionado o llendo

o viniendo. No hay una sola persona cerca o lejos.

Me regreso a la casa en Prado 569.

Llego a la puerta de madera de dos hojas.

La empujo. No hay nadie. La casa luce más obscura que la calle.

Más no es la obscuridad que me gusta. Volteo al primer cuarto.

Donde duermen mi papá y Guadalupe. No hay nadie.

No se oye un solo sonido. Ni el del ratón.

Siento que los oídos me van a reventar. No puedo aguantarlo…

me voy de regreso a la puerta…y en eso me despierto.

Ernesto Onofre

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