Walamo. ( circa 1955 )

Tal vez sucedió en la vacación de la escuela del año. No estoy seguro.

Andábamos jugando por las calles terregosas de Walamo. Roberto, Luis

Antonio, Javier y yo. La única luz que nos permitía distinguirnos era

la luz de la luna. Caminábamos descalzos y con el torso desnudo. El

calor era agobiante. Tal vez regresábamos del Camalote. De cenar y

comer sandia. Estábamos hospedados con Concha. Hermana de Belen

nuestra hermana de crianza. Buenas mujeres. Cuando súbitamente,

Roberto hiende un talón en un fondo de botella de vidrio. Comenzando

a sangrar profusamente. Luis Antonio le ofreció su espalda para

cargarlo hasta la casa de Concha. De la que nos encontrábamos a corta

distancia. Roberto tenía el cabello negro como el plumaje del cuervo.

Y rizado, rizado, rizado. Era un niño hermoso. Y hete que ahí vamos

corriendo a casa de Concha. Quien al momento de darse cuenta de lo

que había pasado, desprendió unas telarañas de las esquinas del cuarto

que humedeció con petróleo, y se las puso en el talón después de

habérselo lavado. Roberto se recuperó por completo después de eso.

Ese recuerdo ha sido imborrable. Lo tengo tan presente como si

hubiera sucedido anoche. Amo a todos mis hermanos. Y tengo

recuerdos de todos y cada uno de ellos.

Ernesto Onofre

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