Las tortillas de Doña Cuca, de la esquina de Vidrio y Prado, eran

exquisitas. Eran ella y tres hermanas suyas las artesanas de tal

maravilla. Ocho delicadas manos que creaban esas hostias exquisitas.

Que Maná ni que Maná. Aquellas eran señoras tortillas. Que señoras,

Damas de primer orden. Que cuando tocaban el fondo de tu delicado

estómago, te saciaban el hambre todo con dulzura. A pesar de la picosa

salsa acariciada por el molcajete y su dulce puño de cantera. Esas

tortillas con las que hacías una pequeña pala para pasarte los delicados

frijoles fritos en manteca. Qué Ambrosía ni qué Ambrosía ni su tía .

Ni qué los dioses de las altas montañas y nubes. Aquellas tortillas eran

de versátiles como la misma masa de que se hacían. Su repertorio

abarcaba de los tacos a tostadas mutándose en ” Enchiladas”.

Guadalupe las preparaba con el mismo amor con que machucaba los

frijoles y la salsa. Con su queso, lechuga y salsa de jitomate y sus

rábanos, cómo ya saben. Aparte, aparte, bebíamos la bebida más pura

de la tierra: el Tepache. Con su cucharadita de bicarbonato…

Aquello era una de mariposas y toda la fauna de la flora intestinal.

Ah…terminaba somnoliento luego de esa comilona. Que se me

despejaba en cuanto salía a jugar a la calle con mi perro

acompañándome. Y la fiesta se repetía a la hora de cenar y

afortunadamente al día siguiente al desayunar.

Aquellas eran tortillas verdaderas. Hoy en día las de la tienda…son una

porquería.

EO

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