Decidí iniciar la búsqueda de tu oasis de tu Sahara frente a mi.
Comencé por tus tobillos que eran carbones al rojo vivo.
Como los del anafre. No solo quemaron mis manos al contacto sino
que también electrizaron. Por lo que tuve con mucha calma que
reanudar la marcha que era felizmente inexorable en mi búsqueda
por tu oasis. Proseguí cuesta arriba por las curvas de tus muslos y
caderas. No sin sostener tu cálido Sahara todo con mis brazos y mis
labios. Y cada paso que daban mis manos era el atisbar a
tus poros que me atraían a sus precipicios. Y yo, jadeante por llegar a
tu oasis solo me detenía por un segundo en cada uno. Hete que
conforme asciende mi deseo distingo dos prominentes montículos…
parecían los mismos en donde Jesús había dado su famoso discurso.
No sé porqué pensé en él cuando solo tú tenías invadido todo mi
pensamiento. Así como cuando el sol invade la Tierra. Extendí mis
brazos y me di cuenta de asir tus Cordilleras.
Oriental y Occidental, con sus océanos a sus lados. Retraje mis manos
en tu búsqueda y sentí en mis labios la salada clorofila de la dulce agua
de tu oasis. Bebí hasta el cansancio para ahorcar mi sed. Una vez
exánime, me orillé al muelle de tu puerto y arrojé el ancla para
quedarme contigo. Mientras la luna y las estrellas iluminaban el
cuarto y el arco iris se ubicaba de lado a lado en las paredes.
No había más que hacer, que dormir y soñar, contigo en mis brazos.
EO