Habíamos estado jugando en la calle de la cuadra. Calle de Prado, entre

vidrio y Mexicalxingo. Habrían sido eso de las…8:30 de la noche.

Por aquellos días se consideraba la hora para irse a dormir. Habíamos

jugado toda la tarde y parte de la noche como cada día. Cuando mi

papá nos dijo que nos metiéramos a dormir. Mi hermana Teresa se

había acostado mientras Luis Antonio se puso a leer el periódico, y

Javier y yo seguimos jugando canicas en la sala, que quedaba entre la

entrada a la casa y un patio central. Frente al segundo de tres cuartos.

Y ahí estábamos jugando y las canicas iban y venían y Luis Antonio

leía y creíamos Teresa dormía. Habrían pasado unos…cinco minutos.

Cuando súbitamente, la puerta que daba al tercer cuarto, comenzó a

cerrarse y abrirse. Suavemente. Con un rechinido que parecía un

ligero y profundo alarido de bisagras faltas de grasa. Luis Antonio

dejó de leer. Javier y yo de jugar canicas…cuando Teresa sale corriendo

en dirección a la calle. Y como si nos hubiésemos puesto de

acuerdo al mismo tiempo, salimos corriendo como si

hubiéramos sentido un repentino susto sobrenatural. Y nos vimos

en la calle. Nosotros tres mudos anonadados mientras Teresa

gritaba histéricamente dando brincos del susto. En puro calzón, la

pobre. Éramos tres niños asustados y reaccionando como tales.

Mi papá se dio cuenta del alboroto y sale a la calle por nosotros.

Luego de decirnos que no nos alarmáramos, regresamos adentro.

Encendimos las luces del segundo y tercer cuarto y nos asomamos

a ver si veíamos algo bajo las camas. Nada. Fuimos al patio trasero.

Nada. Gritamos por alguien por algo y quien sabe, y nada. Una vez

cerciorados de que había sido…pues nunca supimos que. Nos retiramos

a dormir en la misma cama, del puro miedo. Salvo Teresa que se acostó

en su camita. Esa noche, por coincidencia o cosas de que sabe que…

había sido Viernes Santo.

EO

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