Tengo dos hermanos que cuidan el Popocatépetl.
Cada mañana le dan su almuerzo de la mejor leña al pie del volcán.
La bocaza del Popo bien que los conoce. Y el gran cráter hasta les guiña
el ojo. Es un eterno coqueto que lo más que le gusta es que los alpinistas
le rasquen la espalda. La cual es ancha y alta. Cual imponente volcán
que es. Luego de su tarea diaria, mis hermanos se van a casa a hacer
sus actividades diarias. Dejándolo haciendo muecas y berrinche.
Y eso ninguno lo va a cambiar. Es más viejo que el tiempo. Y por
cósmicas razones, nomás no envejece. Ni una coma. Ha visto ir y venir
civilizaciones, incontables veces. Guerras, pestilencias, terremotos…lo
que tú pensaras. Eso. Pero no ha dejado de ser un niño. Un niño
mimado de la Madre Mexíca. Otra. Quien todo el santo tiempo pide y
pide que le dancen sobre su tibio pecho. Si. Le encanta el sonido y
los pies desnudos con los tobillos envueltos en conchas pequeñas
de sus hijos tocarle el alma. Otra mimada. Y como se sabe mimada
como el Popocatépetl, nadie los aguanta. Pero mis hermanos si la
entienden. Y solo por ellos se reserva sus ocurrencias hasta que ellos
se retiran. Su amor es explosivo y eso puede ser peligroso. Si, es
ecuánime y ella lo sabe. Los días suyos, son de esa forma. Así han sido
por siglos. Antes de mis hermanos, fueron sus hermanos de sus
hermanos de sus hermanos y no sabemos hasta cuando vaya a ser eso.
Por lo pronto, mis dos hermanos cuidan del Popocatépetl.
Ha sido su turno y ellos lo entienden. Benditos sean mis hermanos.
A y L.
EO