Uno de dos que planté al frente. Hace…tres años. Durante la

Pestilencia que llegó a los pulmones de la mitad del planeta y a la otra

mitad también. Hermosos los dos, frondosos aun siendo unos tiernos

árboles. Hace cosa de…año y medio…cuando caminaba por la acera

con mi perrito. Comencé a darme cuenta que no se encontraba bien de

salud. Sus hojas comenzaban a desprenderse. Día a día. Semana tras

semana…hasta que un día lo vi sin ninguna. Comenzó a lucir como un

esqueleto. Sin tejido ni músculo y sin vida. Me alarmé. Y pensaba y

pensaba que hacer…? Quitarlo y plantar uno nuevo. Lo lógico?

Pero que entre esto y lo otro y mas otro. Y que se me pasaba hacerlo…

Me hice a la idea de verlo de esa forma mientras seguía caminando a

mi perro. Y hete que el calendario marcó abril. Y me recibió con un

infarto. De esos que solo le dan a los importantes. Como dijo el doctor.

A los diez días de mi exitosa cirugía, caminaba tres veces por diez

minutos cada día por la acera donde camino a mi lindo perro. Y veía al

arbolito…o sus restos. Y me veía impotente de ir por uno nuevo y

cambiarlo. E iba y venia. Iba y venia. Tres veces al día..y pasaba y lo

veía…y me entristecía. A los…dos meses…comencé a ver unas verdosas

hojas en sus raquíticas ramas…la emoción me embargó…y lloré de

pura alegría. Ah…una alegría mayúscula. A los tres meses de mi cirugía,

comencé mi terapia de rehabilitación. Y hasta ahora. De caminar diez

minutos a la vez. Camino una hora.

El arbolito se veía maravillosamente bien. Lindo. Como los carnosos

labios de una mujer. Y tal situación, no podía causarme más emoción.

Anoche, unos vientos parecidos a un huracán azotaron el area.

Feos. Fuertes. Fríos. Ya les platiqué del gato. Bueno, no sé si bebió y

comió el atún que le puse entre unos arbustos. De tanto viento.

Vinieron los jardineros, como lo hacen semanalmente. Hablé con ellos.

Y uno de ellos me preguntó que qué querría hacer con ese arbolito

que tanto me gustaba. Le pregunté que era lo me quería decir.

Fui y vi el sitio donde estaba el arbolito…tenía su columna vertebral en

dos. La navaja invisible del viento le había partido el tronco. El punto

mas solido de su vida, su delicado tronco de 20 centímetros había sido

dividido en dos. No había cirujano capaz de devolverle su estado

anterior. Me sobrecogió la tristeza y el llanto. Lucía tan hermoso y

lleno de vida…con verdosas y oleosas hojas por cada rama.

Mis vecinos estaban a sombrados cuando se dieron cuenta de lo

verdoso que se estaba poniendo. Me decían que para ellos era un

milagro. Yo no sé de esas cosas. Solo sé decir que cuando yo creí haber

muerto, el arbolito así también lo sentí…y que cuando poco a poco

iba recuperando mi salud…él también se enverdecía.

Y lo veía con tanta alegría hasta ayer. Y esta mañana al verlo…

no tuve otro infarto, pero algo en mi murió también.

EO

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