Iban muy a gusto caminando por la vereda hacia el río. El lugar, siendo
verdoso y poblado de árboles del principio al final, con aves por aquí
y por allá, y hasta uno que otro ciervo cruzando repentinamente
hacia uno u otro lado, hacían la caminata muy agradable y linda.
Eran solo ellos dos. El hombre algo entrado en años, haciendo su diaria
caminata, buena para su corazón y su mente. El perro, una mezcla de
todos los perros. Como el hombre, mezcla de todos los hombres.
Más en ese momento cada uno era el mismo. Como cada día. Cada hora.
El perro: te he sentido muy pensativo estos días, querido.
El hombre: ah…cosas que traigo en la cabeza. Mi hermano está enfermo
y no he podido visitarlo desde hace un mes. Nos llamamos y me dice
que está bien, pero lo conozco. Lo conozco. Ha estado recortado de
dinero y me preocupa pensar que no pudiera estarse alimentado bien.
Y mi sobrino no ha mejorado como los doctores lo esperaban.
Si, mi mente ha estado ocupada estos días. Pero tú me entiendes,
querido amigo.
El perro: te entiendo, te entiendo. No es necesario las más de las veces
comunicarnos con el sonido de las palabras cuando nos entendemos
con el sonido del silencio. Viéndote a los ojos y tú a los míos.
Ojalá tu hermano y tu sobrino mejoren satisfactoriamente.
Que te parece si metemos los pies al agua y descansamos uno al lado
del otro una vez que lleguemos al río?
El hombre: me parece buena idea. Gracias por tu compañía.
El perro: gracias por la tuya.
EO