Ese día 12 de octubre de 1492, la vida transcurría igual al anterior.
Los días no tenían nombre. Y si los había eran nombrados de
acuerdo al calendario Maya, cuyos científicos escudriñaban
las estrellas con una precisión mágica. Y habrían tenido un sonido
musical. Como el del cenzontle. Las abuelas tendían sus quehaceres
diarios. Los niños eran educados a la usanza. El comercio se realizaba
en la Plaza Central de Veracruz. Era un día otoñal. Algo nublado con un
viento dulce marino acariciando las mejillas de las nietas. La Vida
mostraba las tibias palmas de sus manos. A eso de las once de la
mañana se avistó una embarcación con velas. Nunca antes vista,
aproximándose desde mar adentro. Poco a poco paró a cierta distancia.
Todos lucieron estupefactos y consternados ante tal vista. Una barca
parecida a las de ellos se llegó a la playa. De ella pisaron la arena siete
hombres. O eso pensaron que eran. Dado sus agotadas expresiones y
por supuesto su semejanza con ellos. Más estos últimos no vestían
como nuestros nativos, que casi no usaban ropa. No. Sus ropas eran de
un aspecto desconocido y despedían una hediondez pestífera
nauseabunda, forzándolos a mantener su distancia.
El que iba adelante, desenvainó una espada que hincó en la arena.
Al mismo momento que un borbollón carmín putrefacto manchó
la arena. El cielo se oscureció y hubo múltiples centellas recorriendo
el cielo todo. Cual si se hubiese desgarrado en un nunca escuchado
llanto. Parecido al de la linda paloma al ser devorada por el águila.
Pero un millón de veces peor. El hombre al frente dijo unas palabras
ininteligibles. Al mismo tiempo que hizo una señal cruzando su pecho.
Regresaron a su embarcación haciéndolos pensar
Brincaron con una rabia y una lujuria en sus inyectados ojos
jamás volverían. Regresaron. Regresaron con los demás.
al ver a nuestras nietas semi desnudas…y el cielo lloró una tormenta
cuya brisa aún se siente por las noches en el puerto. La mancha
hedionda pútrida y sucia a más no poder violó a cuanta niña y joven
había. El centelleo no cesaba…los dioses los habían abandonado.
O eso pensaron. El espectáculo duró días y noches interminables.
Los hombres que acudieron en su auxilio fueron sometidos a pólvora
y espada. Las mañanas fueron un espectáculo infernal traído a la
superficie. Ese funesto día permaneció una eternidad de siglos.
Un suceso que se extendió por todo lo ancho y largo de un continente.
Un espectáculo que aún continúan perpetrando descendientes de
aquellos malditos invasores. En las diferentes esferas de gobierno
actuales, desde diferentes puestos oficiales de mayor a menor rango.
Con el mismo ahínco, encono y gana. Aún estamos ocupados.
EO