Estoy preparando todo mi armamento. De cañones

de Flor de Cempasúchil para reventar el cementerio.

Cirios y velas esbeltas altas y cortas para regalar a quien

vea. Próximos a la loza de los huesos benditos de mi madre.

O próximos a otras propiedades. Dos botellas de Tequila

añejado. Limones y sal. Que siempre tengo a la mano durante

los días de la semana que duermo en el cementerio. En un

escondite al pie del árbol centenario. De ramas artríticas y espina

algo encorvada. Ya llevo en la lista el atún de Speedy el gato que

ronda los alrededores y mantiene a raya a los ratones. Mis cigarrillos,

y esta vez voy a llevar mi guitarra y cantarle a todos los escandalosos

muertos del cementerio. Ya les he platicado como son a veces de

coléricos y biliosos. Cuando con sus huesos agitados a media noche y

en el silencio sepulcral al que estoy acostumbrado, me despiertan

con sus rabietas. Pero esa noche me amanezco con ellos y sus parientes.

Cantándoles las canciones que me pidan. Una noche al año no hace

daño. Dijera uno. Que no se me vaya a olvidar apuntar llevar también

unos membrillos, que tan ricos que me saben con el Tequila.

No sé si Rosa me va a ir conmigo o si va a acompañar

a Doña Rosa su mamá al pueblo de ellas. Un pueblo muy bonito.

De aquellos que tenían al que llamaban Campo Santo. No sé si van

a ir. Creo que si. Pues allá residen muchos familiares en la vida eterna.

Pero de que yo ya tengo mis planes, tengo mis planes.

Por si allá van, me van a encontrar al oírme cantar.

EO

O

Leave a comment