Su encanto radica en que a pesar de su austeridad. Sus pisos de
cemento vil y paredes de tabique, está llena de mil cosas. Tantas,
que aún no las he podido terminar de contar. Ya les he platicado
de mi colchón en el piso…mí pequeño buró que fue de mi abuelito…
el cirio del que decidí hacer vela para leer mi vieja copia de Don
Quijote…la garrafa de barro y mi jarro con el nombre de “ Juanita “.
Mi perro Negro y mi gato Speedy ( al que tengo que comprar más
atún )…el guayabo frente a la puerta de la entrada a este mi castillo…
Bertha, que me visita y hace casa y compañía en la semana y fines
de semana también…pues es mi mujer. Pasa que su mamá Doña Petra
ha estado enferma y pues tiene que cuidar de ella. Yo también le ayudo.
Pasa que pues tengo que venir a darles de comer a este perro y gato
que viven conmigo. Si no los atiendo yo entonces quien?
Las paredes de tabique se plasman de estrellas por las noches.
Y de múltiples arco iris de pared a pared cuando Bertha y yo nos
contamos los poros de la piel. Cuando le cuento también las pecas de
su dulce rostro y los de sus brazos…de sus piernas…de su espalda…
le muerdo suavemente los lóbulos de sus orejas…hago trenzas de sus
cabellos rizados…mi cuarto se convierte en el ombligo del universo
que ni el más pintado goza más que yo.
No cambiaria mi buhardilla por nada. Por nada. Ni por todo.
EO