La distancia a Toluquilla son…16 kilómetros.

En 1954 había cuatro o cinco líneas de camiones urbanos.

Una de esas, la línea Verde, era la que te llevaba a Toluquilla.

El trayecto empezaba a eso de las diez de la mañana hasta la

llegada a Toluquilla…una…hora y algo después. Había tiempo.

Sobraba el tiempo. Las paradas eran frecuentes entre este y aquel

lugar. Subía pasaje, bajaba pasaje. Había que esperar que bajasen

y subiesen sus cosas…saludarse…asegurarse de sentarse sin

contingencias. Particularmente tratándose de personas mayores.

El viaje era relajado y disfrutabas los maizales a los lados de la

carretera. Ah, los vendedores entre las paradas.

Había tiempo. Mucho tiempo. Guadalajara era ese pueblo grande

que describió atinadamente Pepe Guizar. El clima era templado.

Las lluvias eran puntuales al igual que las golondrinas. La gente

barría el frente de sus casas y arrojaban dos o tres baldes de agua

sobre la acera. Cada mañana. El cielo lucía aquel azul turquesa,

Como el océano frente a Yucatán pero al revés.

Había rosas y jacarandas por todos lados. Nosotros vivimos a cinco

cuadras de una avenida amplia en cuyo centro había fuente tras

fuente, jacaranda tras jacaranda tras jacaranda. Por todo lo largo

de la misma. Ahí nos llevaba mi papá y corríamos y brincábamos como

cabras salvajes. Cayéndonos y raspándonos y riendo. Ah, pero estaba

con Toluquilla. Si. Una vez en casa de unos de los familiares de mi

mamá ( tenía cuatro años ), recuerdo la alegría de mis tías y primas

abrazando y besando a mi Tía Irene, a mis primas Martha y Luz

María, y a mi y no recuerdo a quienes ni cuantos más de otros de

nosotros. Y pues a la par de la conversación se preparaba lo que

íbamos a comer. Algo que recuerdo vivamente es el sabor de aquel

guacamole. Nada novedoso. Aguacate, sal, cebolla, cilantro…pero sabía

a gloria. A mi me parecía que comía los labios de María.

Y luego de lo demás, caminábamos a una alberca propiedad de un

primo de un primo de un primo. Todos eran primos en Toluquilla.

Había tiempo. Y luego de bañarnos, nos íbamos a hacer “ elotadas…”

Había tiempo. Aquello era mágico. Viendo en una pira piramidal

asarse docenas de elotes. Los que retirábamos y degustábamos…

como el mejor banquete del mundo. Aquellos dulces tiernos dientes

de elote…con decirte que luego de imaginarme comiendo los labios

de Maria, me pasaba a sus tiernos senos. Dios! Aquello era

el mismo Paraíso. Solo me faltó haber conocido a mi Eva.

Pero, a la edad de cuatro años…no creo que hubiera hecho la gran

cosa con ella. Había tiempo. Mucho tiempo.

EO

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