Cómo olvidar ese mágico momento al pasar de

tu tibio dulce vientre al aire tibio de febrero por la

madrugada? Imposible. Recuerdo el cuarto perfectamente.

Las paredes blancas, una olla de agua hirviendo sobre el comal

que era alimentado por la leña crepitante, el aroma de chorizo

aún en el ambiente dejado por la cena. Mi papá nervioso y

ansioso. Tronándose los dedos. La partera que te había asistido,

con la frente sudante, mas el pulso firme en todo momento.

El grillo, la lechuza y el coyote que han sido mis consentidos

hermanos, desde entonces. Recuerdo las ranas! Oh… Ellas, hace mucho

que no las oigo. Segunda semana de febrero. No hacía mucho calor por

esa fecha. Aún estando nosotros a unos kilómetros del Pacífico

por la zona costera de Mazatlán, Sinaloa. Recuerdo como el silencio

era roto por el delicado susurro de mi padre preguntando cómo te

sentías…y tú asintiendo con la sonrisa más dulce del mundo diciéndole

que te sentías bien y contenta. Recuerdo cuando te besó suavemente

los labios y la frente. Y se retiró a descansar unas horas porque al día

siguiente tenía que trabajar. Tú me estrechaste con ternura hacia

tu pecho cuando reclamé necesitar la primera gota de tus senos

divinos. Proveedores de la vida misma para mi. En ese instante el

Universo me hizo ser importante. No sé si he vivido ante esa esperada

expectativa. Entre un infante hasta la edad adulta en que me

encuentro. Afortunadamente, las condiciones dadas al momento

de mi nacimiento fueron ideales. Más de aquel momento al actual

han habido un sin número de cosas que no he hecho bien y otras

que tampoco. Pero de eso te hablaré después.

Por este momento quiero agradecerte. Y decirte…que la fecha

en el calendario de las estrellas…no sé qué día me tenga asignado.

Pero…lo siento en los huesos. No muy lejos. Ni muy inmediato.

Me cuido cual si hubiera apenas nacido, imagínate.

Cuando fuera. Un día te abrazaré y besaré tu mejilla como la

primera vez.

Tu hijo Ernesto.

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