Hete que me desocupé y…en lugar de regresar a mi mansión, se
me antojó irme a la playa. Estacioné y me caminé apresurado a la
orilla del océano. Me quité los zapatos. La camisa y casi hasta los
calzones. Afortunadamente traía mi sombrero de playa de algodón.
El que uso cuando camino calle arriba y abajo de mi barrio.
Y que me acomodo en la tibia suavidad de la arena que bien que
se acomodó a mi refinada silueta. Y ya bien cómodamente sentado…
me llené de la inmensidad ante mi. Mientras las olas dejaban sus
breves espumosas notas musicales a mis pies. Y yo me maravillaba
ante tal situación. Las olas del océano cantándome! La emoción fue
indescriptible. Y los ojos se me rasaron de emoción y agradecimiento.
Alguien tan insignificante como yo…cuál un grano más de arena…
ante este vasto universo líquido…acariciando mis pies, mis oídos…
mi vista…fue demasiado…demasiado…no me había dado cuenta de
ello hasta ahora. Hasta hoy, estando conmigo mismo.
Estuve frente al océano mil y unas veces cuando fui niño…y no lo
había apreciado y sentido en lo más profundo de mi corazón sino
hasta ahora…que afortunado soy. Gracias cielos, gracias océano
hermano mío. Por darme tu dulce estruendoso trino.
Cual el canto del grillo en mi cuarto. Gracias. Bendito seas.
EO