Murió hace unos días. Diez o cien, es lo mismo.
Luego de haber sufrido un golpe en la cabeza. A mitad de
la noche, entrando a su baño. Su vista era ya casi nula.
Aparte de dos paginas de afecciones médicas. Su peso era el de
una gatita…que sentía podía levantar sin ninguna dificultad.
Mas nunca lo hice ni pensé en hacerlo por respeto.
Si. La abrasé delicadamente esos últimos días que la visité.
Cuando me hizo ver el progreso de sus queridas rosas.
Sus apios…ajos…y quien sabe cuántas otras plantas que ella
cuidaba y nutría con su amor diario. Regándolas con la manguera
que le arreglé, luego que quizo deshacerse de ella. Me regalaba
limones todo el tiempo de temporada. Amén de su valioso tiempo.
Con el sonido de su voz. Que era el aleteo del cóndor que la saludaba
cada mañana en su país. En el país mismo que construyó escaleras
al cielo. Descendiente de una cultura mágica y maravillosa.
Como la mía. Sus manos eran gigantescamente pequeñas.
Movían la montaña de un ser humano con la facilidad de una
mano mágica y prodigiosa. Tenía la misma edad del tiempo.
Su piel era apergaminada al final de sus días. Y podía leer en ella
casi lo que estaría a punto de decirme. Me platicó las más lindas
cosas de su país. De sus montañas, ríos, pueblos…cocinaba como
una bendita. Se movía con la sensualidad de una egresada del
Colegio de Ballet de su país, que enloquecía a su esposo. Quien era
una linda persona también. Fumamos cigarrillos, hasta llegamos
a alegar por cosas pueriles de las que luego nos reímos.
Esa fue mi amiga R. El cóndor de su país y la puna, la estén llevando
hasta donde terminan las estrellas.
Te extraño, querida amiga R.
EO