Desayunamos en este “ restaurante “ de pacotilla.

Por pura insistencia de mi vecina. Condescendimos. Malo. Malo. Malo.

Ordené los huevos con chorizo. El cocinero no tuvo la imaginación de

haber adornado el platillo con dos trocitos de rábano…dos rajitas de

lechuga…no. Parecía una plasta de heces arrojadas por la boca de

la Xóchitl. Imagínate. Le pedí al hombre algo de la salsa más picante

que tuviera…hizo una cara como que me iba a traer las mismas

lágrimas de María. El café no pudo haber sido

más insípido. Bueno, lo más rico de todo fue la sal…

Ah, y caro. Mi vecina, pobrecita. Dijo maravillas acerca de su

orden. Yo no dije ni jota. De regreso a casa, mi esposa y yo

hicimos mención de unas fonditas riquísimas donde degustamos

los mejores desayunos del país. Que ya no existen. Más yo, que

sé una o dos cosas acerca de cocinar, me las gasto como él que

más. Claro que si señor.

Que regrese a ese lugar? Jamás. Prefiero mi sartén y mi estufa

sal y condimentos, a cualesquier otro lugar. Gracias.

EO

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