Yo no sé porqué…pero el cielo siempre estaba

azul. Y tú dirás: el cielo siempre ha sido azul.

Y, te habías dado cuenta de eso? Ah…ah…ves como no…?

El río estaba a diez pasos y tres metros de profundidad.

Y doce metros de ancho. La corriente era calma y te llegabas

a la otra orilla con facilidad. Donde te esperaba un mar de

sandias. Y las tomabas y reventabas en la primera piedra.

Y su jugo y sabor eran los labios y saliva de la misma Virgen

María. Rojos como el atardecer y dulces como el corazón

de la lluvia que me humedecía y satisfacía mi sed al mediodía.

El panorama de caminar hasta la quinta del amigo de mi

papá era del tamaño del Pacífico que nos tomaba solo

cinco minutos cruzar. Y ahí nos invitaban chorizo con frijoles

y tortillas calientes y agua fresca de tamarindo para cenar.

Y después de eso, nos regresábamos a casa una vez más.

Eso era Walamo en 1953/54. Un lugar mágico.

EO

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